8 jun 2013

La vida es un proceso de no equilibrio


Por Ilya Prigogine



Mis teorías son un retorno al sentido común. Ha existido una visión científica muy alejada de la experiencia cotidiana, una física muy extraña. En ella el pasado y el futuro representaban el mismo papel, es decir ninguno: todo lo que iba a ocurrir en el futuro, lo que había ocurrido en el pasado, estaba contenido, predeterminado, en las condiciones iniciales. Ese, obviamente, no es nuestro universo. En él, el pasado y el futuro representan distintos papeles. Por lo tanto, la ciencia que yo hago es más cercana a lo que todo el mundo siente. Me gusta mucho una frase de Schopenhauer: “La tarea no es tanto la de ver cosas que nadie ve, como la de pensar cosas nuevas, sobre cosas que todos han visto, pero no de esa manera”. Por ejemplo, todos han experimentado el tiempo. Sin embargo, la física lo ignoraba. Era una ciencia en la que se hablaba de un universo idealizado, muy ajeno a algunas experiencias humanas.
La principal diferencia entre el punto de vista clásico y el que yo propongo, según el cual las leyes de la naturaleza expresan sólo posibilidades o potencialidades, es que ahora uno puede incluir en ellas la creatividad.
El filósofo francés Henri Bergson expresó esto de manera muy bella: “La creatividad es algo que puedo experimentar a diario”. Hasta cierto punto, todos la han experimentado, al tomar decisiones, por ejemplo. Hacerlo sólo tiene sentido en un mundo que no es determinista. En mi libro El fin de las certidumbres, recuerdo una extraña frase de Einstein, en la que afirma que si él le preguntara a la luna por qué se mueve, ella le respondería: “Porque me gusta moverme”. Ahora bien, eso no es satisfactorio, no está de acuerdo con nuestra experiencia.
Existe una especia de tendencia general de la vida a la novedad, que sólo puede tener sentido en un universo en el que haya una orientación en el tiempo.
¿El futuro ya está dado o hay un futuro abierto? Estas son preguntas que la humanidad siempre se ha hecho. De alguna forma sentimos que nuestro futuro no está determinado. Puede ser bueno, puede ser malo, pero no está determinado. El futuro es construcción.
En la sociedad humana, la toma de decisiones se basa en la memoria del pasado y también en las diversas utopías que puedan existir para el futuro. Esto es muy distinto de las moléculas, pero aún así no hay linealidades sino efectos cooperativos, y esto es algo que se nota claramente en nuestro mundo, debido a las comunicaciones, a las redes. Estos efectos no lineales son muy importantes y se pueden observar bien en los mercados de valores, en la economía. Pero mi interés principal está en saber cuál es la estructura básica que permite la existencia de estas estructuras en el mundo macroscópico. Esto es en lo que he estado trabajando, es realmente lo que más me interesa. Debemos cambiar, ampliar la física newtoniana, la física cuántica, la relatividad, para incluir en ellas las fluctuaciones, la posibilidad de que a nivel macroscópico aparezcan opciones, y que no siga habiendo determinismo. Lo que he demostrado a nivel microscópico es que uno de los mecanismos básicos que hay en este nivel es una especie de mecanismo difusivo, que quiebra el determinismo a escala microscópica.
La mecánica cuántica tenía vacíos: son los vacíos en los que son necesarias las nuevas ideas. La vida es un proceso de no equilibrio, en todas partes se ven procesos de no equilibrio, pero éstos no están descritos en la mecánica cuántica.
En un capítulo de mi libro digo que el tiempo precede a la existencia y ahora puedo demostrar realmente que el tiempo precede a la existencia, en el sentido incluso del vacío que es el punto de partida de la existencia. Naturalmente, la existencia es, en cierta medida, excitaciones del vacío. Ya en el vacío hay una simetría del tiempo rota.
Hay una gran diferencia entre una metafísica basada en un universo determinista y una metafísica basada en un universo autoorganizado. En una metafísica basada en un universo determinista tal vez necesitemos a un Dios que ponga al universo en movimiento. Si es autoorganizado, el problema es muy distinto, porque se necesita un código para hacer la autoorganización. Pero entonces uno se puede preguntar: ¿este código nos es dado por la naturaleza o por algo fuera de ella? Pero éstos son temas que no están dentro de mi campo.


Párrafos de una entrevista realizada por Christiane Raczynski, publicada en el diario La Nación de Buenos Aires el 25/01/98

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6 jun 2013

El antimito de Amenofis IV

Por Silo



Hubo un faraón bondadoso y sabio que entendió el origen de Ptah y la mudanza de sus nombres. Él restableció el principio cuando vio que los hombres oprimían a los hombres haciendo creer que eran la voz de los dioses. Una mañana vio cómo un vasallo era juzgado en el templo por no pagar tributo a los sacerdotes, por no pagar para los dioses. Entonces salió de Tebas hacia On y allí preguntó a los teólogos más sabios cuál era la verdadera justicia. Ésta fue la respuesta: “Amenofis, bueno es tu hígado y las intenciones que de él parten pero la verdad más bondadosa traerá mal para ti y para nuestro pueblo. Como hombre serás el más justo, como rey serás la perdición... pero tu ejemplo no será olvidado y muchos siglos después de ti se reconocerá lo que hoy (pronto), se verá como locura”. Vuelto a Tebas miró a su mujer como quien escudriña el amanecer, vio su hermosura y para ella y su pueblo cantó un bello himno. Nefertiti lloró por la piedad del poeta y supo de su gloria y su trágico futuro. Ella con voz entrecortada lo aclamó como verdadero hijo del Sol. “¡Aken- Atón!”, dijo, y luego calló. En ese momento jugaron su destino aceptando lo justo pero imposible. Así fue la rebelión de Akenatón y el breve respiro de los hijos del Nilo, cuando un mundo con peso de milenios se tambaleó un instante. Así se desquició el poder de aquéllos que hacían hablar a los dioses sus propias intenciones.


Amenofis IV (Akenatón), lanzó la lucha contra los funcionarios y sacerdotes que dominaban el imperio. Los señores del Alto Nilo se aliaron con los sectores acosados. El pueblo comenzó a ocupar posiciones antes vedadas y fue rescatando para sí el poder enajenado. Se abrieron los graneros y se distribuyeron bienes. Pero los enemigos del nuevo mundo alzaron las armas e hicieron al fantasma del hambre mostrar su rostro. Muerto Akenatón, todos sus hechos fueron aventados y se quiso borrar su memoria para siempre. Sin embargo, Atón conservó su palabra.



Párrafo del libro "Mitos Raíces Universales"

5 jun 2013

Las intenciones de Dios

por Virgil Gheorghiu




La promesa de Muttalib

Abd-al-Muttalib, que será el abuelo de Mahoma, es uno de los seis oligarcas de La Meca. Hombre rico y elegante, Abd-al-Muttalib ha pasado ya de los cincuenta años. La suerte le ha proporcionado cuanto podría hacer de él un hombre feliz. A pesar de todo, su vida es un drama. Cuando conversa con sus amigos o con otros mercaderes, le es imposible alejar por un instante la preocupación que le tortura...

Abd-al-Muttalib, aunque hombre rico, apuesto y respetado, es más desdichado que el último de sus esclavos. Es abtar. No tiene hijos. Y, sin embargo, lo ha intentado por todos los medios.

Ahora cuando oye hablar de la existencia de un Dios por el que se han dejado quemar vivos, como antorchas, veinte mil hombres, Muttalib se siente dominado por el respeto, por una admiración infinita hacia ese Dios. Es un Dios fuerte, poderoso e invencible. Abd-al-Muttalib se dirige entonces a la Kaaba.

Esta vez, Abd-al-Muttalib ora con fervor al Dios Omnipotente por el que veinte mil hombres se han dejado quemar vivos. A ese Dios poderoso y amado, aunque no lo conoce, Abd-al-Muttalib se dirige en demanda de hijos. Y promete, en señal de reconocimiento, sacrificar uno -el último- como un cordero, si Dios le da diez hijos varones.

Hecha esa promesa, Abd-al-Muttalib sale del santuario de la Kaaba y espera. Sin demasiada esperanza. Dios es demasiado grande y el hombre demasiado pequeño. Apenas puede haber relación entre ellos. Los separa una desproporción.

Lo imposible se ha realizado, precisamente cuando se había perdido toda esperanza. Poco después de la transacción con el Señor, le llega un hijo. Después, el segundo. Y el tercero. He aquí a Abd-al-Muttalib en el colmo de la dicha. Todo prospera en su casa con el nacimiento de sus hijos.

El día que nace Abdallah -el décimo hijo-, Abd-al-Muttalib pierde su tranquilidad. Con el décimo de sus hijos llega el término del plazo. El rico árabe debe cumplir con su palabra. Exactamente igual que ha cumplido la suya ese Dios desconocido que ha dado a Muttalib los diez hijos. Muttalib tiene que degollar al décimo, Abdallah, de acuerdo con lo prometido.

Abd-al-Muttalib se encuentra ante una alternativa. A veces, desde el nacimiento de Abdallah, se pregunta si no es más fácil a un hombre no tener hijo alguno que tener diez y verse obligado a apuñalar a uno de ellos con su propia mano.

Abd-al-Muttalib cumplirá el sacrificio. Pertenece a una sociedad cuyos ideales morales son: paciencia en la adversidad, tenacidad en la venganza, desconfianza para con los fuertes y protección para quienes se hallan atribulados. Tal es el credo del beduino nómada en el desierto. Ese credo se llama muruwah, que es sinónimo de la palabra virilidad.

Muttalib quiere saber si Dios se indignará y tomará medidas contra él si se negara a degollar a su hijo Abdallah o si tardara en hacerlo.

Abd-al-Muttalib es hombre de palabra. Paga siempre sus deudas. Pero podría ser que Dios, tan poderoso y tan rico, no exigiera que se le pagara el precio prometido en el momento de la transacción. Hay acreedores que perdonan las deudas si les parecen demasiado insignificantes. Tal vez Dios esté dispuesto a borrar de su registro la deuda de Abd-al-Muttalib. Pero Muttalib no quiere provocar la cólera divina. Ante todo debe informarse.


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 Para conocer las intenciones de Dios, hay una categoría de adivinos especialistas, llamados arraf, que quiere decir "el que sabe". Se ocupan exclusivamente de problemas referentes al cielo, a los ángeles y a las divinidades.

Los árabes saben que todos los hombres, durante su vida, van acompañados por un espíritu, un djinn, que pertenece exclusivamente a cada uno y al que llaman karin. Algunos karin poseen el don de la poesía. Y el hombre cuyo karin es poeta, lo es también él. Sus poemas le son dictados por su djinn personal. Otros djinn están especializados en observar la bóveda celeste. Los hombres que poseen un djinn así, saben lo que ocurre en el cielo; tales son los arraf.

En el universo árabe como en el de Dante, hay siete cielos. En el cielo más alto, el séptimo, habita Dios. En el más bajo, el cielo de la luna y las estrellas, habitan los ángeles. A éstos los llama el Señor para darles órdenes. Antes de ejecutar esas órdenes, o después, los ángeles las discuten entre sí. Como suele ocurrir en todos los cuerpos de guardia. Se comenta el "servicio".

En el exterior, los djinn que espían y observan, con el oído bien pegado a la cúpula azul del cielo, logran enterarse por palabras sueltas, o por frases pronunciadas en el interior por los ángeles, de los planes de Dios.

Hay djinn que pasan días y noches con la oreja arrimada a la ventana del cielo. A veces, su paciencia se ve recompensada. Y sorprenden algún importante designio que interesa a todo el universo.

Entonces, corren presurosos y comunican el secreto a sus arraf.

Los ángeles saben que se les espía. Y de vez en cuando salen del cielo y arrojan piedras a los djinn, para echarles de los alrededores de la cúpula. Las piedras que los ángeles tiran a los djinn caen en tierra en forma de estrellas fugaces.

Aunque expulsados a pedradas, los djinn vuelven constantemente a su puesto de escucha y pegan la oreja en el cielo. El espionaje es un ejercicio apasionante, un vicio.

El sacerdote adivino de la Kaaba, tras haber indicado a Abd-al-Muttalib el lugar más conveniente para sacrificar a su hijo, le aconseja que acuda a Yatrib, para consultar a un arraf. Este enviará a sus djinn a espiar la bóveda celeste y le harán conocer si Dios se indignará o no, en el caso de que Muttalib omita el inmolar a su hijo.

Muttalib se dirige a Yatrib con el corazón lleno de esperanzas. Un padre hace cualquier cosa por salvar la vida de sus hijos. En el desierto, los hijos garantizan la existencia terrena del individuo y del clan.

Abd-al-Muttalib consulta al arraf. Este envía a los djinn a espiar la cúpula celeste y enterarse así de las intenciones de Dios en el asunto de Abd-al-Muttalib. Aquella noche son muchas las estrellas fugaces en el cielo de Medina. Son, sin duda, las piedras que los ángeles tiran a los djinn que espían el cielo por cuenta de Muttalib.

Los djinn vuelven del cielo con informaciones precisas. El Señor acepta que Abd-al-Muttalib no degüelle a su hijo, pero debe pagar la diya, el precio de la sangre.

Una vez más, Dios se muestra generoso con Abd-al-Muttalib. En vez de una vida humana, Dios acepta unos camellos. Porque en Arabia, el precio de la sangre se paga en camellos.

El arraf ignora cuántos camellos pedirá Dios a cambio de la vida de Abdallah, hijo de Abd-al-Muttalib. Puesto que se trata de una transacción, se comienza por ofrecer al Señor el menor número posible de camellos. Al principio, el arraf dice al Señor que le ofrece diez camellos por la vida de Abdallah. Diez camellos es el precio de dos dientes. El arraf o adivino echa los dados, para ver si Dios acepta el precio. Respuesta negativa. Dios quiere más. Le ofrece veinte camellos. Echa los dados. Dios quiere más aún. Van aumentando de diez en diez y la respuesta de Dios sigue siendo negativa. Cuando llegan a cien camellos, los dados dan la respuesta afirmativa. La transacción está hecha.

Abd-al-Muttalib sale de Yatrib, dichoso. De regreso en La Meca, sacrifica camellos. Y en su lugar, obtiene la vida de su décimos hijo, Abdallah, cuyo nombre, en árabe, significa "esclavo del Señor".

Este Abdallah, por quien se ha pagado a Dios un diya o rescate de cien camellos, en el año 544, es el padre de Mahoma, profeta del Islam.





Párrafo del libro "La vida de Mahoma"

4 jun 2013

Mitos, sobre todo, mitos

Por José Ortega y Gasset



Mediante reacciones sentimentales, podemos favorecer o corregir el pulso radical de la vida psíquica. La técnica de estos influjos, la proporción o comparación, por ejemplo, es sin duda bastante complicada. Sin embargo, la importancia pedagógica de ciertas emociones corroborantes no ofrece lugar a duda. El niño debe ser envuelto en una atmósfera de sentimientos audaces y magnánimos, ambiciosos y entusiastas. Un poco de violencia y un poco de dureza convendría también fomentar en él. Por el contrario, deberá apartarse de su derredor cuanto pueda deprimir su confianza en sí mismo y en la vida cósmica, cuanto siembre en su interior suspicacia y le haga presentir lo equívoco de la existencia.
Por esto yo creo que imágenes como las de Hércules y Ulises serán eternamente escolares. Gozan de una irradiación inmarcesible, generatriz de inagotables entusiasmos. Un pedagogo practicista despreciará estos mitos, y en lugar de tales imágenes fantásticas procurará desde el primer día implantar en el alma del niño ideas exactas de las cosas. "¡Hechos, nada más que hechos!", grita el personaje de los Tiempos difíciles, a quien luego hace coro monsieur Homais. Para mí, los hechos deben ser el final de la educación: primero, mitos; sobre todo, mitos. Los hechos no provocan sentimientos. ¿Qué sería, no ya de un niño, sino del hombre más sabio de la tierra, si súbitamente fueran aventados de su alma todos los mitos eficaces? El mito, la noble imagen fantástica, es una función interna sin la cual la vida psíquica se detendría paralítica. Ciertamente que no nos proporciona una adaptación intelectual a la realidad. El mito no encuentra en el mundo externo su objeto adecuado. Pero, en cambio, suscita en nosotros las corrientes inducidas de los sentimientos que nutren el pulso vital, mantienen a flote nuestro afán de vivir y aumentan la tensión de los más profundos resortes biológicos. El mito es la hormona psíquica.
El arte en general tiene, comparado con la ciencia, un carácter de función interna. Es él una fabulosa inadaptación al medio y vive entero de irrealizar, de trastocar, de fantasmagorizar el mundo exterior. Por lo mismo, suele haber más vitalidad en el artista que en el científico, en el empleado o en el comerciante. Las personas exentas de sensibilidad y atención para el arte, esto es, los filisteos, son recognoscibles por un peculiar anquilosamiento de todas aquellas funciones que no son su estrecho oficio. Hasta sus movimientos físicos suelen ser torpes, sin gracia ni soltura. Lo propio advertimos en el sesgo de su alma. Juzgado desde un punto de vista ampliamente vital, el "especialista" suele producir la impresión de un idiota. Y es que falta en él la potencia fundente y efusiva del arte que mantiene siempre despierta la fluidez psíquica, azuzándola en todos sentidos, alerta y vivaz.

           
           

Fragmento de "El Quijote en la escuela"

3 jun 2013

El cuento Zen


 La palabra Zen deriva del sánscrito dhyana, es el nombre en japonés de una tradición del budismo Mahayana, cuya práctica se inicia en China con el nombre de Chan.
Aunque el significado de dhyana es meditación, pareciera que para el Zen no es indispensable la práctica de la meditación formal.
El Budismo zen es un camino y concepción de la vida que no pertenece a ninguna de las categorías formales del pensamiento occidental moderno.
No es una religión ni una filosofía; no es una psicología o cierto tipo de ciencia.
Es un ejemplo de lo que en la India y en la China se conoce como un "camino de liberación", y en este sentido es similar al Taoísmo, al Vedanta y al Yoga

Boddhidharma
De acuerdo a los relatos tradicionales, el Zen llegó a China de manos de un monje indio llamado Bodhidharma en el siglo VI.
Otras versiones llevan a suponer que no ha habido una Escuela dhyana o zen en China hasta unos doscientos años después de la época de Bodhidharma.
La tradición narra una entrevista de Bodhidharma con el emperador Wu de Liang que retrata el estilo directo de este monje
El emperador le contó todo lo que había hecho para promover la práctica del Budismo y le preguntó qué mérito había ganado con ello,
Pero Bodhidharma replicó: "¡Absolutamente ningún mérito!"
Esto socavó la idea que el emperador tenía del Budismo al punto de que preguntó: "¿Cuál es, entonces, el primer principio de la doctrina sagrada?"
Bodhidharma replicó: "Está todo vacío; no hay nada sagrado."
Entonces preguntó el emperador: "¿Y quién eres tú para estar aquí ante nosotros?"
Bodhidharma replicó: "No sé."

Esta actitud extraña era la antítesis misma de la corriente entre los budistas indios de la época, pero gustó a los chinos.
Después de esta entrevista, tan poco satisfactoria para el emperador, Bodhidharma se retiró a un monasterio en Wei, donde se dice que pasó nueve años en una caverna, "mirando la pared".
Así permaneció Bodhidharma hasta que se le aproximó el monje Hui-k'o, que habría de convertirse en el sucesor de Bodhidharma como Segundo Patriarca

Como los maestros del Zen nunca han sido proselitistas, Hui-k'o tuvo que perseverar mucho hasta obtener finalmente una entrevista con aquél.
Hui-k'o adujo que, como su espíritu no estaba en paz, Bodhidharma  había de pacificárselo.
Bodhidharma replicó: “Tráeme tu espíritu y lo pacificaré”.Hui-k'o, después de considerar, reconoció que por mucho que buscara su espíritu no podía hallarlo.
“Ahí tienes – repuso Bodhidharma-; he pacificado tu espíritu”.En ese momento Hui-k'o experimentó su despertar, su satori, de modo que este diálogo resulta ser el primer ejemplo del característico método Zen de instrucción wen-ta, o "de preguntas y respuestas", que a veces se denomina vagamente "el cuento Zen".

La mayor parte de la literatura Zen consiste en estas anécdotas, muchas de ellas más enigmáticas que ésta. Su finalidad es siempre precipitar en la mente del que pregunta cierto tipo de súbita conciencia, o poner a prueba su profundidad

Los maestros Zen
Los monjes comenzaron a establecerse en comunidades sostenidas por dotes. De estas comunidades se separaron los primeros maestros del Zen, prefiriendo vivir en alguna remota zona montañosa.
La escuela Zen insiste tradicionalmente en la importancia de maestros adiestrados y probados, que puedan ayudar a sus discípulos a emprender el camino que ellos mismos han recorrido, y confirmar esa visión clara, esa comprensión intuitiva.
Tal asistencia se denomina "transmisión".
Los Maestros del Zen, más que maestros son guías.
Fundamentalmente se trata de la obra de espíritus muy sensibles y perceptivos que estudian el funcionamiento interno de sus propias mentes.
Las enseñanzas y biografías de los maestros del Zen fueron puestas por escrito por sus discípulos. Ellos mismos nada escribieron, sólo enseñaron. Lo que enseñaron no era budismo o Zen, sino un modo de vida.
Como señala Christmas Humphreys: “Se trata de la experiencia espiritual de maestros que llevaron el pensamiento hasta su límite para luego trascenderlo.
Tal la plataforma mental desde la cual el devoto del Zen, alentado por la instrucción que su maestro le imparte, salta a lo desconocido y encuentra… el Sí-mismo interior.
Y cuando encuentra así su sí-mismo, descubre que es también todos los demás sí-mismos”.
“Mira dentro: tú eres el Buddha”.
La posición básica del Zen es que no tiene nada que decir, nada que enseñar. La verdad del budismo es tan evidente por sí misma que lo único que se consigue al explicarla es ocultarla. Por tanto el maestro no "ayuda" al discípulo de ninguna manera, puesto que ayudar sería en realidad entorpecer. Por el contrario, sale a ponerle obstáculos y barreras en el camino del estudiante.
Como enseñaba Wu-men, satori llega sólo cuando uno ha agotado su propio pensamiento, sólo cuando uno está convencido de que la mente no puede apresarse a sí misma.
No se practica el Zen para convertirse en Buddha; se lo practica porque uno ya es Buddha desde el comienzo, y esta "realización original" es el punto de partida de la vida Zen.
           
"El maestro Po-chang tenía el hábito de indicar la vida zen a sus discípulos con el dicho: "No te apegues, no busques."Cuando se le preguntó acerca de cómo buscar la naturaleza del Buddha contestó: "Se parece mucho a cabalgar un buey en busca del buey."

El cuento Zen
Un monje dijo al maestro Seppó:-Me he rapado, he vestido la túnica, he profesado los votos: ¿por qué no soy considerado un Buddha?El maestro repuso:-Nada mejor que una ausencia de buenas cualidades.

Dos monjes en peregrinación llegaron al vado de un río.
Allí vieron a una muchacha vestida con todas sus galas y  evidentemente sin saber qué hacer, pues las aguas estaban altas y no quería estropearse la ropa.
Uno de los monjes la cargó sin más ni más sobre su espalda, la llevó a través del río y la depositó en tierra firme, luego ambos continuaron su camino.
Pero el otro monje comenzó a quejarse: -Sin duda no es correcto tocar a una mujer; va contra los mandamientos tener contacto con mujeres; ¿cómo puedes ir tú contra las reglas monásticas? –y continuó sin cesar en el mismo tono.El monje que había trasportado a la muchacha seguía andando en silencio, hasta que finalmente observó:-Yo la dejé junto al río. Pero tú todavía la llevas encima.

En una ocasión, cuando un monje preguntó al maestro Nansén: -¿A dónde habrá ido el maestro dentro de cien años? El maestro respondió: -Seré un cebú. Preguntó el monje: -¿Me será dado seguiros, o no? El maestro Nansén dijo: -Si me sigues, tráete un bocado de pasto.

El maestro Basó enseñaba: “El Corazón es el Buda”.
Más tarde, cambió esta forma de medicina y enseñó: “Ni corazón ni Buda”.
El maestro Daibái (Gran Ciruela), había alcanzado el despertar con ocasión del aforismo de Basó “El Corazón es el Buda”.
Para ponerlo a prueba, Basó envió un monje a interrogarlo.
El maestro Daibái contó cómo había preguntado al maestro Basó: “¿Qué es el Buda?” y había despertado al oír: “El Corazón es el Buda”.Dijo el monje:-El maestro Basó ha cambiado su doctrina. Ahora dice: “Ni corazón ni Buda”.-¡Vaya con el viejo que se ha propuesto confundir a la gente! Que diga lo que quiera; yo me atengo a “El Corazón es el Buda”.Cuando el maestro Basó se enteró de esto, asintió con la cabeza y comentó:-La Gran Ciruela está madura.

Orientaban en la dirección de liberarse de la dependencia sicológica de la doctrina. Por eso enseñaban a “no confundir la luna con el dedo que señala la luna”

A un maestro, en su lecho de muerte, su discípulo y próximo sucesor le preguntó:Maestro, ¿hay algo más que deba yo saber?No –dijo el maestro-, estoy plenamente satisfecho. Pero aun hay en ti una cosa que me preocupa.-¿Qué es? -preguntó el sucesor-. Por favor, decídmela para poder corregirla.-¿Sabes? – dijo el maestro-. Lo malo es que todavía apestas a Zen.


Bibliografía
La sabiduría del Zen, de Irmgard Schloegl
El camino del Zen, de Alan Watts
Budismo Zen y Psicoanálisis, de Daisetz Suzuki

El Budismo Zen, de Christmas Humphreys